dijous, 31 d’agost del 2006

Te ha tocado (IV)


(Viene de donde ya sabéis)

El día y hora en que atraca el buque, pertrechado con el traje de astronauta y sus complementos, me presento en el puerto. Es verano y son las siete de la tarde. Los pocos trabajadores que quedan están recogiendo el chiringuito. Hace calor y el aire pesa como una losa. Huele a pescado. Mejor dicho, huele a pescadería. Puedo admitir, incluso me gusta, el olor del pescado a la parrilla, pero detesto el olor a pescadería. Me dirijo al muelle donde el Konstantin II lleva un par de horas. Han abierto las compuertas y han sacado la pasarela, pero aparentemente nadie ha pisado tierra. Observo con satisfacción que han aplicado el protocolo y han izado bandera amarilla.

A pie de escalerilla, me abordan dos soñolientos becarios de ese abyecto y panfletístico periodicucho local llamado "Las Cavernas - Diario Decano de la Región Tongolesa". Trato de ser amable.
- ¿Eres de Sanidad?
- Sí. (Admiro tu perspicacia, tu infalible instinto periodístico, bonita: ése don natural que te lleva a deducir que un tipo cargado con un traje de astronauta, en un puerto fantasma, a pie de escalerilla de un barco en el que se ha declarado una alarma sanitaria no es el chico del cátering).
- ¿De dónde viene el barco?
- De África.
- ¿Qué trae?
- No lo sé.
- Y el marinero, ¿de qué ha muerto?
- Tampoco lo sé.
- ¿Vas a autorizar el desembarco?
- Te lo diré cuando baje.

Subo por la escalerilla y me dirijo a un marinero que, pertrechado con casco y traje de faena, observa distraído el muelle desierto. Le pregunto por el capitán. Antes de que le de tiempo a responder (o tal vez es que no me ha entendido), un tipo rechoncho y rubio vestido de capitán desciende de la zona de carga, con cara de perro. Lleva dos horas en puerto y se le adivinan las ganas que tiene de que le dejen empezar a descargar de una vez.
- Who are you?
- Doctor Hag, from the Ministry of Health. Le tiendo la mano cordialmente.
El capitán dulcifica su gesto y me acompaña hasta la sala de reuniones, que es contigua al puente de mando. Subimos en un ascensor cochambroso. "Lo revisarán, supongo" me digo, porque los cartelitos en caracteres cirílicos no me lo aclaran.
La sala de reuniones es un espacio confortable. Está dotada de aire acondicionado. La decoración, tan pasada de moda como cabría esperar. Láminas de madera en las paredes, moqueta verde y pósters grandes de monumentos de Ucrania y otros que han quitado con muy buen criterio antes de que llegue yo, pero cuyo rastro se aprecia en la pared.
El capitán me ofrece refrescos, cerveza o lo que quiera. No, muchas gracias, Es mejor que entremos en materia ya.

(To be continued)