dimecres, 2 d’agost del 2006

Naím a caballo





Naím es un jinete intrépido. Rara vez monta, pero eso no importa. En su imaginación se ve como los jinetes del Altai, que cabalgan sin silla, noches y días interminables en las frías llanuras de Mongolia. O como los jinetes del circo, que hacen equilibrios imposibles sobre sus caballos en pleno galope.

En Tonga, que es una isla muy pequeña, hay muy pocos picaderos y en todo caso el es aún muy tierno para esas lides. Por ello, siempre que vamos al hiper, me pide montar en el tiovivo. Al principio todo es muy normal. Naím se sube al caballito, el tiovivo gira, el sonríe.

Luego pasan los segundos, el caballo se encabrita, Naím se pone de pie, trepa por la barra, se pone boca abajo, salta de bestia en bestia. En esos momentos estoy seguro de que percibe con claridad el olor de la hierba mojada, siente el aliento cortante del viento helado del Altai en el rostro y en sus oídos resuenan los tambores circenses redoblando frenéticos con el más difícil todavía.

Al final ya no se sabe donde acaba el cielo y empieza el suelo, dónde está el caballo y dónde Naím.