dijous, 28 de desembre del 2006

Queréis respuestas??

Hola queridos y queridas, ya falta menos... Empiezo a tener ganas de mandar alguna cosita, de responder a algún comentario.

Cómo va tu historia, Desalmada? Y tú, Ferfito? Tengo la impresión de que nuestra postergada fiesta del viernes no acabó de disipar demasiado las brumas... y no sólo porque lloviera.

Usuario anónimo, se me ocurre que sabes demasiado de mí, así que no debes ser tan anónimo... Mmmm... Déjame pensar... No será que tú también escuchas a Federico? Votante pepero ya sabes que no... Yo estoy más por la biodiversidad, y aquí en Tonga las gaviotas son la especie más abundante... Bien lo sabes tú, canalla, que para eso cobras del enemigo! Te conozco, bacalao... Se empieza aceptando un carguito y se acaba vistiendo camisa a cuadritos y corbata azúl... con una varonil pulserita de colorines, eso sí!! Je, je...

En cambio tú, Norte, sí que me desconciertas... La verdad es que no caigo. Alguna pista más?

dijous, 9 de novembre del 2006

Queridos lectores y lectrices, estimados amigos.

No me pasa nada del otro jueves.
Sólo es que estoy en fase de trastorno mental transitorio, por razones más bien prosaicas.
Pronto volveré con nuevas aventuras.
Besos

dimecres, 27 de setembre del 2006

Te ha tocado (VI)

Ettore Hag pide mil disculpas a sus amables y sufridos lectores y lectrices por la extenuante espera.

Debe ser casi de noche en las afueras del buque cuando, a través de sus tripas, acompañado de Oleg G. me dirijo a la cámara frigorífica. La cámara se encuentra cerca de la cocina, porque en un mercante esta pieza suele destinarse a guardar comida congelada, más que cadáveres. A estas alturas, con una duda más que razonable sobre una hipótesis infecciosa, he decidido no montar el numerito dentro del barco y prescindir del traje de astronauta. Por lo menos me pongo guantes, mascarilla y botas, así que a los marineros que me observan con expresión curiosa debo de parecerles de todas maneras un marciano.
Paso por las cocinas. Resisto la tentación de hacer una inspección. Por lo menos, el olor de la cena en preparación es muy agradable. Algunos habitantes de ese monstruo de acero que es un buque de carga esperan ya sentados en las desvencijadas mesas del comedor.

Siempre acompañado por Oleg, que en esta película hace de Igor, el de Frankenstein, llego frente a la cámara frigorífica. Se supone que está sellada desde que colocaron en ella el cadáver de Sasha K. pero el realidad el único "sello" de la puerta es un recorte de papel con unas letras escritas a mano en cirílico. "Cámara sellada. Como si queréis poner el papelín cinco minutos antes de que yo suba al barco, igual da". Un ágil giro de la pesada manivela metálica y la cámara se abre desgarrando el "sello". En su interior, tumbado en el suelo y tapado con una manta, encuentro el cadáver de Sasha K. Los de "Las Cavernas" seguro que escribirán "el cadáver sin vida". Ultracongelado en alta mar, como los langostinos de esa afamada firma tongolesa llamada Pescamona, Sasha K. esboza una mueca burlona. Busco señales. No veo nada extraño en la piel; en cuanto a las mucosas, mejor lo dejamos estar, porque a -18ºC el cuerpo es un bloque de hielo. Trabajo para el forense, aunque cada vez estoy más por la hipótesis de abdomen agudo.

Regresamos al puente de mando. El capitán me ve llegar no sin cierta ansiedad. "A ver si vamos a poder desembarcar o no."

- Master, le digo por nuestra parte está todo en orden. Tienen ustedes la autorización para desembarcar y para que suban personas a bordo. Pueden descargar las mercancías cuando lo consideren oportuno. En cuanto al cadáver de Sasha K. imagino que el juez y el forense deben haber llegado ya. Ellos se harán cargo.

- Harasho, harasho, dice el capitán visiblemente aliviado. Y añade: "tómese una copa con nosotros".

Se la acepto. Spasiva. De la pequeña nevera de la sala de reuniones sale una botella de vodka bien fría. "Has dado en el clavo, colega". Tomamos un vaso, brindamos y lo vaciamos, como les gusta hacer a los eslavos. Cuando trabajaba en el Cáucaso, a veces me recibían por la mañana con café y bombones y cómo no, la omnipresente vodka. El primer chupito entra bien. El segundo mejor. El tercero ya no lo notas. Cuando quiero darme cuenta, estoy charlando animadamente con el capitán y el primer oficial, el que hace de Igor. Brindamos por la travesía, por el mar, por Ucrania, por Tonga, por la familia, por las mujeres, por el difunto.

- Harasho, harasho, kapitansky, digo con voz trémula. Brindo por el tavarich Sasha, buen trabajador y buen marido, gran amigo de la tripulación. приветствия!

Mis palabras en ruso deben sonar convincentes. Aprovecho el momento de distensión para ponerme de pie, agradecerles su hospitalidad y tomar el camino de la salida. Me despiden efusivamente y me regalan un par de botellas de ése elexir de la eterna juventud que es el vodka, como recuerdo de mi visita al Konstantin. Me acompañan a la salida, harasho, harasho. La escalerilla baila cuando la piso, y es extraño, porque en los puertos no suele haber oleaje.

A pie de escalerilla, las botellas tintinean hábilmente camufladas dentro del traje de astronauta, que está guardado en su bolsa. El forense me observa con mal semblante cuando bajo. He tardado mucho, y voy pedal. Pongo cara de póker y me dirijo a la juez:

- Todo en orden. Descartamos cualquier causa infecciosa en el fallecimiento del tripulante. Ninguna restricción por lo tanto en el tránsito de bersonas y bercancías. Y al forense, con chunga: "todo tuyo".

Los becarios de Las Cavernas aún siguen allí.

- ¿De dónde viene el barco?
- De muy lejos.
- ¿Qué transporta?
- Mercancías.
- ¿De qué ha muerto el marino?
- Eso, el forense.

De vuelta a casa, en el coche, voy rogando a San Karl Marx y San Friedrich Engels que no me hagan soplar. La legislación de tráfico se ha endurecido mucho en Tonga. Los agentes de tráfico, que aquí se llaman Pikoletos, disfrutan poniendo multas. En el coche, lentamente al principio, y luego ya con más firmeza, se escucha aquélla vieja canción, "La unión eterna de repúblicas hermanas". Apago la radio, pero la canción no se va. Al final deduzco que soy yo, que estoy en fase de cantos regionales soviéticos.

dimarts, 5 de setembre del 2006

Te ha tocado (V)

(Viene de...)

Pido al capitán la documentación del barco, los certificados sanitarios, las desratizaciones, la hoja de ruta con las distintas escalas y su duración. El capitán, solícito, encarga a Oleg G., su primer oficial, fotocopia de todas las cosas y me las va entregando una por una, no si antes ponerles de manera ruidosa el sello de la empresa. Aparentemente, todo en orden.

El buque ha realizado más de diez escalas en África en el último mes, pero por supuesto nadie ha bajado. Lo dicho: ni banquetes, ni borracheras, ni putas.
- África -dice el capitán- nos da mucho miedo. Los puertos están oscuros de noche. Mucha delincuencia. Nunca bajamos. Sólo desembarcamos en Europa.
- Ya. Y me imagino que tampoco han tenido ningún caso de enfermedad infecciosa con fiebre o erupciones cutáneas durante la travesía, ¿verdad? ("A tí te lo voy a decir", debe pensar el amigo).
- No, claro que no. Ni una simple gripe.

La encuesta epidémica se salda con un buen ramillete de rotundos noes. Hasta aquí nada de particular. Pero observo que el capitán ha enviado sucesivos informes del caso y me pregunto -le pregunto- porqué.
- Es que tras el fallecimiento de Sasha K. yo redacté un primer informe que no recogía los testimonios de algunas personas y por eso lo tuve que rectificar.
- Ya. Hasta cuatro veces. (Capullo: no sólo has hecho cuatro informes sobre lo mismo, sino que encima los has enviado uno tras otro).
- Bueno, usted sabe, este buque es muy grande, trabajamos veintisiete personas en él y no todos nos vemos a diario... Algunos vinieron a contarme cosas cuando ya había informado a la naviera.

Hay otro detalle curioso. Al parecer, los síntomas que condujeron a la muerte a Sasha K. se iniciaron estando todavía atracados en Bicholandia. Según la versión 3 del informe cuádruple, los compañeros le preguntaron si requería ayuda médica y él les dijo que no hacía falta. Los síntomas eran de tipo digestivo y no cedieron con la medicación habitual. Tenía estreñimiento, porque alguno de sus inspirados compañeros le puso un enema. Mmmm... Pudo sufrir cualquier causa de abdomen agudo y el enema lo acabó de "arreglar". ¿Qué ocurriría si, en un buque de carga con un plan de escalas y tareas montañoso y unos tiempos draconianos se declarase un caso de abdomen agudo en alta mar? ¿Regresarían a puerto para poder hospitalizar al marino enfermo? ¿O seguirían adelante, confiando en los hados favorables?
- Capitán, en su informe dice que fotografiaron el cadáver de Sasha K. tal y como lo encontraron, sentado en su camarote. ¿Podría ver las fotos?
- Claro. Las guardé en mi ordenador.
El capitán, muy diligente, enciende su portátil en el que ha guardado las imágenes digitales del tripulante fallecido. Cuando se inicia, en el escritorio aparecen las fotos de unas rollizas chicas rubias en traje de Eva. Aparentemente contrariado, el capitán trata de tapar la pantalla con su cuerpo, disimuladamente, mientras su primer oficial se parte de risa.
En las fotografías, el cadáver de Sasha K. se muestra sentado en una butaca, como dice el informe que lo hallaron, en un equilibrio imposible. No hay que ser un lince para darse cuenta de que la escena ha sido cuidadosamente preparada "post mortem". "Este cadáver estaba en posición de decúbito, vulgo acostado. Sí que os debe de haber costado que aparezca sentado, cabrones".
Por último, pido que me enseñen el cuerpo de Sasha K.

(Seguirá, palabra).

dijous, 31 d’agost del 2006

Te ha tocado (IV)


(Viene de donde ya sabéis)

El día y hora en que atraca el buque, pertrechado con el traje de astronauta y sus complementos, me presento en el puerto. Es verano y son las siete de la tarde. Los pocos trabajadores que quedan están recogiendo el chiringuito. Hace calor y el aire pesa como una losa. Huele a pescado. Mejor dicho, huele a pescadería. Puedo admitir, incluso me gusta, el olor del pescado a la parrilla, pero detesto el olor a pescadería. Me dirijo al muelle donde el Konstantin II lleva un par de horas. Han abierto las compuertas y han sacado la pasarela, pero aparentemente nadie ha pisado tierra. Observo con satisfacción que han aplicado el protocolo y han izado bandera amarilla.

A pie de escalerilla, me abordan dos soñolientos becarios de ese abyecto y panfletístico periodicucho local llamado "Las Cavernas - Diario Decano de la Región Tongolesa". Trato de ser amable.
- ¿Eres de Sanidad?
- Sí. (Admiro tu perspicacia, tu infalible instinto periodístico, bonita: ése don natural que te lleva a deducir que un tipo cargado con un traje de astronauta, en un puerto fantasma, a pie de escalerilla de un barco en el que se ha declarado una alarma sanitaria no es el chico del cátering).
- ¿De dónde viene el barco?
- De África.
- ¿Qué trae?
- No lo sé.
- Y el marinero, ¿de qué ha muerto?
- Tampoco lo sé.
- ¿Vas a autorizar el desembarco?
- Te lo diré cuando baje.

Subo por la escalerilla y me dirijo a un marinero que, pertrechado con casco y traje de faena, observa distraído el muelle desierto. Le pregunto por el capitán. Antes de que le de tiempo a responder (o tal vez es que no me ha entendido), un tipo rechoncho y rubio vestido de capitán desciende de la zona de carga, con cara de perro. Lleva dos horas en puerto y se le adivinan las ganas que tiene de que le dejen empezar a descargar de una vez.
- Who are you?
- Doctor Hag, from the Ministry of Health. Le tiendo la mano cordialmente.
El capitán dulcifica su gesto y me acompaña hasta la sala de reuniones, que es contigua al puente de mando. Subimos en un ascensor cochambroso. "Lo revisarán, supongo" me digo, porque los cartelitos en caracteres cirílicos no me lo aclaran.
La sala de reuniones es un espacio confortable. Está dotada de aire acondicionado. La decoración, tan pasada de moda como cabría esperar. Láminas de madera en las paredes, moqueta verde y pósters grandes de monumentos de Ucrania y otros que han quitado con muy buen criterio antes de que llegue yo, pero cuyo rastro se aprecia en la pared.
El capitán me ofrece refrescos, cerveza o lo que quiera. No, muchas gracias, Es mejor que entremos en materia ya.

(To be continued)

dimecres, 30 d’agost del 2006

Te ha tocado (III)

(Viene de "Te ha tocado II", como el avezado lector habrá averiguado sin duda)

Vamos a ver. El día 7 de agosto, San Cayetano, zarpa un buque de carga del puerto de Chungo-Chungo, en Bicholandia, África occidental. A las pocas horas, ya en alta mar y rumbo a Tonga, un marinero se pone enfermo, al parecer con molestias intestinales. Pese a los atentos cuidados que le dispensa la tripulación, fallece a las pocas horas de zarpar. El primer oficial le encuentra muerto en su camarote, sentado en una butaca. Fotografían el cadáver, sellan el camarote y lo llevan a la cámara frigorífica, que queda también sellada. Avisan a la compañía propietaria del buque, a la aseguradora y anotan todo en la bitácora. El fallecido es electricista, tiene cincuenta y tantos años, no se le conoce enfermedad previa, no se medicaba, llevaba 4 años trabajando en el mismo barco. La tripulación es ucraniana y el barco navega bajo pabellón de conveniencia. Mmmm....

Buena ensalada. Consulto rápidamente mi memoria. Bicholandia: estado precario de África occidental. Compañías multinacionales semipiratas saquean los recursos naturales del país, con la bendición de una corrupta clase política local. El 90% de la población vive en la miseria y a merced de la policía y otras sanguijuelas, de guerrillas sanguinarias y de todo un elenco de enfermedades tropicales de lo más variopinto. No está mal. Malaria, dengue, fiebre de Lassa, Ébola, enfermedad del sueño... La verdad es que hay donde elegir.

El capitán asegura que nadie ha desembarcado en ningún puerto africano. Pero lo cierto es que llevan un par de meses de viaje, desde mediados de junio, y han ido subiendo cargas en distintos puertos... Después de mucho tiempo en el mar, a quién no le apetece estirar las piernas... Venga, total el barrio está muy cerca, sólo será una copa y hasta mañana no zarpamos... El capitán asiente a regañadientes, se lía la cosa y la fiesta acaba de madrugada, cuando el grumete vomita el vodka en el escote de la putilla que intenta cerrar el negocio y aparecen los gorilas del garito y veinte de sus primos. Imagino que el círculo se cierra, los marinos pagan y se largan apresuradamente, a la inglesa, y al gilipollas del grumete lo llevan hasta el barco a collejas.

El buque zarpa al amanecer y el telegrafista comunica al capitán que Sasha, el electricista, se ha quedado durmiendo porque está enfermo. El capitán le contesta de malos modos que él también tiene resaca, le duele todo y sin embargo ahí está en el puente de mando, digiriendo, perdón, dirigiendo la maniobra.

Pero bueno Ettore, no adelantemos acontecimientos... Vayamos al barco, que es lo que toca ahora.

Te ha tocado (II) Perdón por la espera!!

(Viene de la entrada anterior)

Una vez que lo ha endulzado convenientemente y le ha encontrado un envoltorio atractivo, mi jefa entra de lleno en el asunto.

- Verás Ettore, la cuestión es que llega un barco que ha hecho escala en Bicholandia y traen un muerto a bordo. Sabes que en estos casos el personal del Ministerio debe hacer una encuesta de riesgos sanitarios antes de autorizar el desembarco...
- Conozco el protocolo.
- ¡Bien! De eso se trata. (Con un poco de jabón el marrón se desliza mejor). Eres la persona idónea para esa encuesta por tus conocimientos y experiencia, y bla, bla bla.
- Entiendo. Dame toda la documentación y díme cuando y dónde.
- Pues bien, el barco salió a principios de mes de un puerto de Bicholandia, como te digo. A las pocas horas de abandonar tierra africana, murió un marinero. La consignataria ha estado en contacto con el capitán y éste asegura que la muerte se ha debido a causas naturales. Añade que ningún miembro de la tripulación llegó a desembarcar en Bicholandia, ni tampoco en ningún otro puerto africano. Introdujeron al muerto en la cámara frigorífica del buque y siguieron rumbo a Tonga, para desembarcar un cargamento de madera.
- Ya.
- Y el barco arribará mañana a las 3 de la tarde, aproximadamente. Nadie podrá desembarcar hasta que no llegues tú y descartes cualquier riesgo epidémico a bordo.
- Allí estaré.
- Gracias! No esperábamos menos de tu profesionalidad y alto sentido de la responsabilidad. Te has ganado unas cervezas.
- Vale, me conformo con que el estado tongolés siga pagándome el sueldo a fin de mes.

dimarts, 22 d’agost del 2006

Te ha tocado (I)

Me llama mi jefa a su despacho. Me recibe, encantadora, dicharachera, de buen humor pese a ser lunes por la mañana. Me invita a sentarme y me ofrece un pitillo, aún a sabiendas de que no fumo y de que ella tampoco debe hacerlo en un centro oficial.
"Verás Ettore, quería hablar contigo porque tenemos un caso un poco especial y hemos (tú y quién más??) pensado que tal vez eres la persona idónea para esta gestión y bla, bla, bla..."
Demasiado jabón. Esto sólo puede querer decir que mi jefa está a punto de endosarme un marrón.

El marrón, también llamado "brownie", es toda aquella tarea, por lo general poco grata, que el jefe delega en sus subordinados. Tiene la curiosa particularidad de circular de mano en mano, porque lo habitual es tratar de evitarlo. Por ello, el marrón sigue la cadena de mando hasta que alguien comprende que ya no lo puede endosar a nadie, y llegado ese momento, no hay más remedio que comérselo.
El marrón es como un virus que circula de persona a persona. El reservorio principal es siempre el jefe, y la vía de transmisión, como digo, es la cadena de mando. El que adquiere la enfermedad, es decir, aquél que no tiene más remedio que comerse el brownie, se denomina "el pringao". O también: "el pringaíllo de siempre" o "el pupas".
Deglutir un marrón no es fácil. En ocasiones el tamaño es importante. Pueden resultar indigestos e incluso tóxicos. Por ello el repartidor de marrones debe facilitar la tarea de su subordinado tanto como sea posible. En ocasiones hay que espolvorearlo con azúcar glaseado. Es lo que los francófonos llaman un "marron glassé".

Mi jefa ha aplicado la técnica de endoso a las mil maravillas. Ha alabado mi capacidad y eficacia, mi alto sentido de la responsabilidad, mi amor por el deber y por mis camaradas. De ese modo se asegura que el marrón esté lo suficientemente dulce para que pueda asimilarlo sin mayores traumas.

(Continuará en el próximo episodio)

dilluns, 14 d’agost del 2006

Verbenas


Lo bueno de las verbenas de verano es que es verano, y de noche corre una brisilla tan agradable que invita a no acostarse. Y lo malo de las verbenas de verano es lo mal que canta el /la artista invitada. Tan mal que ni tan siquiera la lluvia se atreve a aparecer, con lo bien que vendría, porque no sé si les he dicho que en Tonga estamos en sequía. Total, que si cierras la ventana te quedas sin la brisilla y si la abres te llevas de premio el tostonazo. Porque además, una regla no escrita dice que cuanto peor cante la harpía más decibelios necesita.
Intento contrarrestar el ruido de fuera con música de Mendelssohn, y pongo una de mis piezas favoritas, un cuarteto de cuerdas. Pero los decibelios luchan a brazo partido y las cuerdas acaban enrredándose entre ellas de manera que al final la cuarta del violín está hecha un ovillo con la primera del chelo. Y el contrabajo, harto de que nadie obedezca la pauta que intenta marcar, se sale de la formación.
Total Ettore, relájate y disfruta, son cosas del verano. Quita la música, abre tus ventanas y tu mente al ruido y dedícate a mirar la luna, que en Tonga se ve así de original. Bueno, ¿es esto la luna o es que voy pasado de vueltas?

dijous, 10 d’agost del 2006

Marineros (I)


Antes se decía que los marineros tenían un amor en cada puerto. Los mercantes hacían largas rutas atravesándo océanos, bordeando las costas de África, recalando en tierras inhóspitas y lejanos puertos. Los pescadores pasaban largas noches en vela, soportando el frío y el temporal, capeando los golpes de mar. Viviendo con la angustia de no saber cuál sería el último. De no saber a ciencia cierta si, al fianl del viaje, sus huesos descansarían en un blanco camposanto o si una joven mujer enlutada arrojaría una corona de flores al mar, una mañana de niebla y silencio.

Las escalas eran una fiesta. Una más, porqué no, quién sabe lo que nos depara la vida. Durante las horas en que el buque se aprovisionaba, se estibaba la carga, las alegres cuadrillas de marinos invadían los garitos de los barrios portuarios. Quienes quedaban a bordo para asegurar las tareas básicas miraban con envidia a los que partían. Cuando llegaban a las cuatro calles de siempre, riendo y cantando, las madres honradas encerraban a sus hijas en casa. Los hombres invadían las tabernas con esa sensación de invulnerabilidad que sólo da la pertenencia al grupo. Comían, bebían en exceso y se daban prisa en cerrar las transacciones carnales, porque pronto habría que zarpar sin demora. El capitán no espera a rezagados. En el mar un día es como otro, poco importa la fecha y el santo: hay tiempo para recuperarse de las escalas.

Bata, y Douala, Asmara y Mogadiscio, Livorno y Nápoles, La Habana y San Juan, Valencia, Recife, Hong Kong, Cádiz, Buenos Aires, Vigo, Cartagena de Indias, Guayaquil, Barranquilla, New York y Kingston, Amberes y Hamburgo, Brest, Marsella, Viña del Mar, Bristol y Shangai, La Guaira y Singapur. El mundo en un vaso de alcohol. El día se anuncia con desgana en un burdel soñoliento. Malaria, sífilis, gripe, dengue, anisakis. Calor, frio. Tokyo o Siam, ¿qué mas da?

Aquí en Tonga, los marinos ya no embarcan. Les dan un billete de ida y vuelta por seis meses, vacaciones descontadas, con derecho a síndrome de clase turista. Los mandan a cualquier sitio. Viajes agotadores en un mínimo espacio, escalas sin fin, dietas raquíticas. Llegan a cualquier puerto, embarcan sin demora. El capitán no espera. El armador menos aún.

Un marino viene y me pide consejo porque marcha a Luanda, Angola. Una sociedad anónima lo contrata por seis meses para pescar merluza en el banco africano. Mal están las cosas en Angola, compañero. Le listo un sinfín de vacunas y tratamientos preventivos. Da igual, me dice. En alta mar no hay nada de eso y en puerto no llegaremos a estar. La compañía hace coincidir la llegada del avión con la del buque a puerto. Si pueden evitar que pasemos una sola noche de hotel en destino, con seguridad lo hacen. Ridículos cubiles para descansar, bazofia para comer y mucho trabajar. Y luego, de vuelta al avión. Nada de banquetes, alcoholes ni putas.

Gugui e Indiana


Dicen que los perros se parecen a sus amos. ¿O es al revés? Gugui es guapa, dulce, cariñosa. Cualidades estas que podríamos atribuir a Indiana, si no fuera porque, para poder apreciarlas bien, habría que esperar a que se serenase. En cualquier caso, los dos parecen disfrutar de ese momento, de ese instante congelado gracias a la magia de la fotografía. Seguramente, décimas de segundo después Indiana ya se ha zafado del abrazo y corre sin que nadie le pueda parar, o está encima de Gugui mordisqueándola, o llevándose la ropa tendida. Pero al menos queda constancia de que alguna vez estuvo sentado como un perro educado, posando elegantemente junto a Gugui.

Canitación


No se si esta palabra existe, creo que no. Pero es otra modalidad de monta que Naím domina, mientras Indiana le deja, claro.

dimecres, 2 d’agost del 2006

Naím a caballo





Naím es un jinete intrépido. Rara vez monta, pero eso no importa. En su imaginación se ve como los jinetes del Altai, que cabalgan sin silla, noches y días interminables en las frías llanuras de Mongolia. O como los jinetes del circo, que hacen equilibrios imposibles sobre sus caballos en pleno galope.

En Tonga, que es una isla muy pequeña, hay muy pocos picaderos y en todo caso el es aún muy tierno para esas lides. Por ello, siempre que vamos al hiper, me pide montar en el tiovivo. Al principio todo es muy normal. Naím se sube al caballito, el tiovivo gira, el sonríe.

Luego pasan los segundos, el caballo se encabrita, Naím se pone de pie, trepa por la barra, se pone boca abajo, salta de bestia en bestia. En esos momentos estoy seguro de que percibe con claridad el olor de la hierba mojada, siente el aliento cortante del viento helado del Altai en el rostro y en sus oídos resuenan los tambores circenses redoblando frenéticos con el más difícil todavía.

Al final ya no se sabe donde acaba el cielo y empieza el suelo, dónde está el caballo y dónde Naím.

dilluns, 31 de juliol del 2006

Trastorno obsesivo. (Sólo para adultos).

El Sr. Brugal ha pedido verme esta tarde en sesión privada. Llega a la hora convenida y toma asiento frente a mí. Nos saludamos y como es habitual, pongo las condiciones de la entrevista: duración limitada a 20 minutos, ningún juicio de valor sobre terceras personas y nada de groserías.

Antes de que comience a hablar ya sé lo que me va a contar.

- Ettore, se arranca, quería hablarte sobre esas dos grandes amigas mías, al menos amigas de nombre, que creo que también lo son tuyas...
- Rosaura y Teressa.
- Sí claro... Porque creo que ellas no están aquí ya, ¿verdad?
- Cierto, Brugal. Se han marchado de aquí y ahora trabajan en otro centro.
- Sí, ya sabía yo que se tenían que ir. Yo les dije que ya no podían seguir, después de todo lo que han hecho conmigo, especialmente Rosaura, que creo que es muy amiga tuya.
- Brugal, Rosaura es efectivamente una compañera que cuenta con toda mi simpatía. Pero desde luego, su marcha no tiene nada que ver contigo. Sería bueno que empezases a procesar la información de que dispones, y de una vez admitas que ya no están. Debes superar el proceso patológico obsesivo que te impide pensar en otra cosa que no sea esa chica.
- ¡Qué obsesión! ¿Es que acaso no es cierto todo lo que hemos hablado?
- ¿A qué te refieres?
- ¿A qué me refiero? Tú lo sabes muy bien, mucho mejor que yo. Tú sabes que es una solemne puta, que llegó aquí ya abierta en canal y que tú la has abierto también, a ella y a las demás...

Le interrumpo. Hemos dicho nada de juzgar a terceros ni groserías. Se lo recuerdo y entonces sonríe, como si quisiera mostrar complicidad.

- Venga, que yo se que eres un bandido... Pero no creas que eres el único con el que se han acostado... Yo no quiero saber nada más, he llegado a tenerle mucho miedo a Rosaura... Miedo de que me haga daño, de que me envenene, ¿sabes?
- Brugal, en primer lugar yo no me he acostado con nadie, y aunque así fuera no te importaría. En cuanto a lo demás, a esos miedos, eso es algo que sólo está en tu imaginación.
- Puede, pero yo me marcho también...
- ¿Adónde?
- No lo sé, pero me tengo que ir. Tal vez a donde ellas han ido.
- Acabas de decir que le tienes miedo a Rosaura.
- Sí, porque es una solemne puta. Y su compañera Teressa una putita. Y conste que para mí esta chica era como de mi familia, pero desde que se ha juntado con la otra se ha echado a perder. Y todo es porque le debe favores a Rosaura, porque la familia de Rosaura es algo más rica y le ha ayudado mucho a la familia de Teressa, que son más pobres.
- Brugal, te lo inventas todo. Tu no sabes nada de sus vidas privadas y estás levantando falsos testimonios.
- Claro, claro que lo sé. ¿Es que acaso ella no vino a mí al principio de estar aquí, a preguntarme porqué los chicos no se le acercaban, esa "señorita"?

Pronuncia la palabra señorita arrastrando mucho los sonidos, en tono de burla.

- Eso no tiene nada que ver.
- Claro que tiene que ver, porque ahora me desprecia, porque tiene un amigo que se lo ha metido en su casa, porque ella es muy viciosa y necesita mucho sexo, necesita hacerlo lo menos dos veces al día, a este chico lo va a hacer polvo, le ha conseguido un puesto en el ejército, un trabajo en un cuartel de aquí cerca, gracias a que ella tiene influencias con algún mando que también la ha abierto en canal y además...

Le vuelvo a interrumpir porque se que ese monólogo puede durar mucho más de los veinte minutos pactados.

- Brugal, ya está bien. Todo eso no es cierto. Sólo tu obsesión enfermiza con esa mujer te hace pensar y expresarte así. No vas a progresar mientras no entiendas que no tienes ninguna opción con ella, que nunca la has tenido, que has malinterpretado quizá algún gesto de simpatía, alguna sonrisa... Tienes que asumir que ya no está y dejar de pensar en ella.
- Qué bandido eres, y cuántas cosas sabes... Es una mujer viciosa, se ha acostado con muchos. Aquí llegó desde el Hospital de La Esperanza y de allí ya venía abierta en canal... por un jefe de servicio... Debieron abrirla muy pronto, a los 19, antes quizá... Qué te crees tú, que has sido el único... Tu lo sabes bien, porque la conoces, te la has tirado como te las tiras a todas, con seguridad te ha chupado el miembro y más cosas, tu lo sabes porque has probado su coñito, bandido, que lo confesaste...
- Basta ya Brugal. Hemos dicho que ni acusaciones ni groserías. Debo dar por terminada esta entrevista.
- Vale. Solo quiero que sepas que yo no me fío más de ella, que nunca más me he de fiar de ella, ¡nunca en la vida! Y aunque venga a pedirme perdón no quiero saber más de ella.
- Bien, es un buen comienzo. Pero tendrás que perseverar en eso. Por un lado es cierto, ya no vas a saber más de ella porque se ha ido de aquí y no va a volver. Tienes todo a tu favor para olvidarla.
- Yo sí me hubiese casado con ella, y le habría dejado todo mi dinero, pero...
- ...
- Pero tú sabes adonde ha ido, ¿verdad, Ettore?
- Desde luego, Brugal, pero no te lo voy a decir.
- Tu ves lo que quiero decir... Eres un maligno tu también. Porque te la tiras todavía, ¿verdad?
- Lo siento Brugal, hemos acabado por hoy. Piensa en lo que te he dicho y vuelve mañana.

Hay gente en este frenopático que no tiene cura. Pasarán los meses y Brugal se adentratá cada vez más en el terreno pantanoso de su propia obsesión, víctima de su enfermizo deseo, de la atracción fatal por una mujer que sólo le hizo caso en su imaginación. Puede que la busque por los alrededores de esta ciudad. Que pida una lista de los centros y la consiga. Que llame a todos intentando averiguar dónde ha podido ir. ¿De qué viscosa materia está hecho el apego?

divendres, 28 de juliol del 2006

Kilimanjaro


Cuando llega el verano a Tonga, el calor es tan fuerte que sus sufridos habitantes no tienen más remedio que huir a un lugar más refrescante, aunque éste se encuentre nada menos que en el corazón del África tropical.

Los que nos quedamos tratamos de ayudar a los que huyen. En mi caso me ocupo de aconsejarles vacunas y otros truquillos. El otro día se me acercó una atractiva tongolesa de mediana edad. Tenía un curioso acento. A mí inevitablemente me recordó a esa afamada actriz llamada Ana, que antes que Obregón fue García. Vamos, que era pelín pijilla.

- Me voy a hacer el Kily, me espetó sin más.
- Ya. Manjaro, ¿no? respondí yo.
- Sí, claro, asintió ella.
- Pues llévate una buena novela, guapa, porque eso en julio está como el by-pass un lunes por la mañana.

Ya no hay tierra sin hollar, ni regiones ignotas. Te vas al Kilimanjaro creyéndote Grace Kelly y te encuentras con una protesta de tractoristas por la subida del gasoil.

dimecres, 26 de juliol del 2006

Alguien voló sobre el nido del cuco


¿Qué opinan ustedes? De acuerdo, no es Jack Nicholson. Pero no me negarán que podría haber interpretado la peli a las mil maravillas.

El más freakie del frenopático


En la vida conoces, desde luego, personajes irrepetibles. En este frenopático hay un buen puñado de ellos. Si un día hiciésemos un concurso para dar un premio al más freakie, suponiendo que yo no participase, sin duda ganaría mi amigo Ramiro Consuegras, alias "el monsergas". Al monsergas le gusta venir y sentarse, compartir un rato de conversación. Desde luego, está loco. Majara. Pirao. Como un cencerro. Buena prueba de ello es que confía en su psiquiatra. ¿A quién, sino a un orate, se le puede ocurrir tamaña insensatez?
El monsergas le da muchas vueltas a las barbaridades que hacía de joven, pero siempre acaba contando sus heroicidades de glotón confeso. Dice que un día se comió una paella para doce. Ya sabéis, la famosa paella tongolesa, con su pollito bien tostadito y sus sabrosas verduritas. A mí me recuerda a los chistes que contábamos de pequeños: va una inspección a un sanatorio y le pregunta al primer loco qué haría si lo soltaran. Aquél responde sin dudar que inmediatamente iría a comprarse diez mil chicles de fresa. "Demente", concluye el inspector. "No, de menta no, de fresa", replica el otro con aplomo. El monsergas, si le dejásemos, se iría corriendo a comerse una paella de veinte. Demente no, de veinte.

dimarts, 25 de juliol del 2006

El último que cierre la puerta


Los cambios se suceden a ritmo pautado, casi métrico, como si estuviesen provocados por la caída invisible y rítmica de las fichas de un dominó. Aquél centro que compartimos los blogueros, ferfo, aire, un servidor, las noches de magia y alcoholes, la espontaneidad, las risas, todo eso ya no existe.
Primero fue la marcha de Ferfo, que nos dejó un inevitable poso de nostalgia. Luego rumores de nuevas agresiones. El embite de Ros y la Vane. Rumores sobre Amada y sobre mí mismo. El siempre aplazado sueño de Rafeta.
Mientras tanto, un grupo de gentes tan desalmadas como ineptas van configurando un nuevo mapa a golpe de cincel...
Creo que es momento, tongoleses, samoanos, ferfitos y demás fauna, momento digo, de recluirnos en nuestras islas a salvo de la tormenta y dejar pasar el invierno.
Y entre tanto, hay quien afirma que en esta imagen se ve claramente una paella. Dónde? Eso es algo que tendrás que averiguar, si de verdad quieres formar parte de este esquizoclub.

dissabte, 13 de maig del 2006

Pelícano


Como un náufrago solitario, el pelícano mira al mar con resignación de viejo compañero. Bajo su pedestal, el mar _ y cuánto mar _ se sale de sí mismo a cada rato.

dimarts, 18 d’abril del 2006

La llegenda de la iaia Rosquilleta

Fa molts anys, però que molts anys, al poble de Montroi menjar una mona de Pàsqua era tota una prova de heroïcitat.
Els xiquets vivien amb la por de la terrible iaia Rosquilleta. Oblideu-vos!! Rés a veure amb una dolceta, blanquinosa, afàble i velleta àvia. La iaia Rosquilleta era lletja i sanguinària, es menjava als xiquets com si foren rosquilles, agafant-los per el peus i engolint-los sencers i sense pietat.
L'hora més perillosa: el berenar, l'hora de la mona. Elx xiquets feien cap al castell i es disposaven a passar una estona divertida, empinar el catxirulo i explorar el territori enemic, com feien els seus avant-passats àrabs. Sense oblidar de degustar la deliciosa mona.
Aleshores, la iaia Rosquilleta es feia present entre les antigues pedres i els murs en runes.
Un dia, el Bartolo, que era molt arriscat i valent, entrà al castell mentres que la iaia dormia, li lligà el catxirulo a l'espardenya i... adéu!! La iaia s'en anà pels aires.
I avuí en dia, els habitants de Montroi, en temps de Pàsqua encara senten rumiar a la iaia... Rosquilletaaaaaa!!!!

The end

Catorce de abril



Viva la República!!

A por la tercera!!

dimecres, 12 d’abril del 2006

Otra vez la paella

Mi amiga Amada tiene unos vecinos que sólo ve los domingos, cuando van a hacerse la paella. Pero Amada tiene la ropa tendida precisamente el domingo. El humo de la paella siempre busca la ropa. Ya la puede esconder, cambiar de sitio, guardarla mojada, todo en vano, porque el humo de la paella siempre acaba encontrando la ropa y cuando lo hace la impregna de olor a ahumado. Esto es parte de los efectos colaterales de la paella.

dimarts, 11 d’abril del 2006

Más sobre la paella



La paella no es patrimonio de nadie. Si acaso del que se la come. Aquí, en mi tierra, mis compatriotas tongoleses (se dice así?) se aferran fuertemente a la idea de que la paella tongolesa la han inventado ellos y por eso se llama así. En realidad yo la he comido en muchos sitios, y eso que nunca he salido del planeta Tierra. Pero los tongoleses se empeñan en que la han inventado ellos y por eso nadie más puede atribuirse el mérito de hacer la verdadera paella. Especialmente si se trata de nuestros vecinos de más arriba, los catangoleses. Entonces la cosa sí se complica. Si los catangoleses hacen una paella gigante y baten el record, los de aquí lo tomarán como la mayor de las ofensas y clamarán venganza. Es más, el Gobierno tongolés en pleno, recogiendo el guante de la ira popular, destinará una partida presupuestaria para humillar a los catangoleses y restablecer la justicia. Y es natural, claro. ¿Acaso en Tonga presumimos de haber inventado la calçotada?

Pues eso, ante la afrenta, los tongoleses se echan a la calle y gritan: "Els catangolesos ens volen furtar la paella!!! Germans, tots a una veu, defensem lo nostre!!! Tots al carrer a fer-ne una més gran!!!" En lengua tongolesa. Que se puede traducir más o menos así: "Los catangoleses nos quieren robar la paella!!! Hermanos, todos a una, defendamos lo nuestro!!! Todos a la calle, a hacer una más grande!!!

Los tongoleses sólo se preocupan de las cosas que verdaderamente importan. Y no estoy hablando sólo del tamaño... de la paella.

dilluns, 10 d’abril del 2006

La paella

Que fa un valencianet un diumenge assolejat de primavera? Fa una paella i se la menja amb bona companyia.
La paella és un do que sens dubte li debem al misteri. Quan encéns el foc mai no saps com acavarà la cosa. Si queda en el seu punt és una delicia. Si surt embafada és un desastre. I tot depén de un subtil esclat d'inspiració... o simplement de l'atzar, tot i que siga vulgar parlar aquí de la sort. Aquésta en concret estava boníssima.

¿Que hace un valencianito un domingo soleado de primavera? Hace una paella i se la come en buena compañía.
La paella es un regalo que, sin duda, debemos al misterio. Cuando prendes el fuego nunca sabes cómo acabará la cosa. Si queda en su punto está deliciosa. Si se pasa es un desastre. Y todo depende de un estallido sutil de inspiración... o simplemente del azar, aunque resulte vulgar hablar aquí de la suerte. Esta en concreto estaba buenísima.

divendres, 7 d’abril del 2006

Viernes 7 de abril

Viernes 7 de abril de 2006. Con cielo nublado, luna creciente, resaca y mucho silencio dentro comienzo esta nueva singladura. Nunca he tenido un blog, aunque sí un puñado de cosas que contar a quien puedan interesarle. Y no siempre. A veces, los pensamientos fluyen imparables, como un rápido torrente, pero otras no se me ocurre nada y me limito a mirar al vacío como si de verdad hubiera algo digno de ver.
Creo que aquí hablaré un poco sobre libros, sobre fotografías, sobre las personas y otros animales que me acompañan y sobre algunas secuencias de ese conjunto de vivencias inconexas que llamamos realidad.