dijous, 10 d’agost del 2006

Marineros (I)


Antes se decía que los marineros tenían un amor en cada puerto. Los mercantes hacían largas rutas atravesándo océanos, bordeando las costas de África, recalando en tierras inhóspitas y lejanos puertos. Los pescadores pasaban largas noches en vela, soportando el frío y el temporal, capeando los golpes de mar. Viviendo con la angustia de no saber cuál sería el último. De no saber a ciencia cierta si, al fianl del viaje, sus huesos descansarían en un blanco camposanto o si una joven mujer enlutada arrojaría una corona de flores al mar, una mañana de niebla y silencio.

Las escalas eran una fiesta. Una más, porqué no, quién sabe lo que nos depara la vida. Durante las horas en que el buque se aprovisionaba, se estibaba la carga, las alegres cuadrillas de marinos invadían los garitos de los barrios portuarios. Quienes quedaban a bordo para asegurar las tareas básicas miraban con envidia a los que partían. Cuando llegaban a las cuatro calles de siempre, riendo y cantando, las madres honradas encerraban a sus hijas en casa. Los hombres invadían las tabernas con esa sensación de invulnerabilidad que sólo da la pertenencia al grupo. Comían, bebían en exceso y se daban prisa en cerrar las transacciones carnales, porque pronto habría que zarpar sin demora. El capitán no espera a rezagados. En el mar un día es como otro, poco importa la fecha y el santo: hay tiempo para recuperarse de las escalas.

Bata, y Douala, Asmara y Mogadiscio, Livorno y Nápoles, La Habana y San Juan, Valencia, Recife, Hong Kong, Cádiz, Buenos Aires, Vigo, Cartagena de Indias, Guayaquil, Barranquilla, New York y Kingston, Amberes y Hamburgo, Brest, Marsella, Viña del Mar, Bristol y Shangai, La Guaira y Singapur. El mundo en un vaso de alcohol. El día se anuncia con desgana en un burdel soñoliento. Malaria, sífilis, gripe, dengue, anisakis. Calor, frio. Tokyo o Siam, ¿qué mas da?

Aquí en Tonga, los marinos ya no embarcan. Les dan un billete de ida y vuelta por seis meses, vacaciones descontadas, con derecho a síndrome de clase turista. Los mandan a cualquier sitio. Viajes agotadores en un mínimo espacio, escalas sin fin, dietas raquíticas. Llegan a cualquier puerto, embarcan sin demora. El capitán no espera. El armador menos aún.

Un marino viene y me pide consejo porque marcha a Luanda, Angola. Una sociedad anónima lo contrata por seis meses para pescar merluza en el banco africano. Mal están las cosas en Angola, compañero. Le listo un sinfín de vacunas y tratamientos preventivos. Da igual, me dice. En alta mar no hay nada de eso y en puerto no llegaremos a estar. La compañía hace coincidir la llegada del avión con la del buque a puerto. Si pueden evitar que pasemos una sola noche de hotel en destino, con seguridad lo hacen. Ridículos cubiles para descansar, bazofia para comer y mucho trabajar. Y luego, de vuelta al avión. Nada de banquetes, alcoholes ni putas.

2 comentaris:

ferfo ha dit...

Joder Ettore, yo que pensaba enbarcar, como una alternativa a mi destino, pues como que me has quitao las ganas. Ni puertos ni putas??. Pues que me voy de farero a una isla con barco y turistas!.
Como escribes cabronasso!

Ettore Hag ha dit...

Y todavía no sabes lo mejor... Si te da una peritonitis te dejan morir como a un perro. Esa la contaré luego, si no me duermo.
Abrazos