dilluns, 9 de novembre del 2009

Y el leviatán capitalista se abatió sobre Berlin.

El 9 de noviembre de 1989, imbécil yo, me alegré de lo que estaba pasando. No es que no supiera cómo se las gasta la brunete mediática. La capacidad infinita que tiene de pintar de negro lo que es blanco. Era joven y creo que me dejé llevar por el entusiasmo, la espontánea alegría que mostraba aquél puñado de personas encaramadas a la pared. Recordemos que la inmensa mayoría de ciudadanos de la RDA se quedaron esa noche en sus casas. Pero la corriente periodística dominante lo contó como si todo el pueblo de la Alemania Oriental hubiese cruzado la frontera al unísono. Repetido hasta la náusea, ése fue el mensaje que acabó pasando.

Después vino lo que tenía que venir. La OPA hostil de la RFA a la RDA. La transformación de los alemanes orientales en ciudadanos de segunda clase. La destrucción sistemática de sus fábricas, sus cooperativas agrarias, sus medios de vida. La humillación de sus honestos cuadros socialistas. Hay que leer a Gunther Grass, amigos.

Nos quedan algunas cosas. El orgullo y admiración por un sistema que logró el nivel de vida más alto de todos los países del este, pero con equidad. La lección de dignidad que dio Erik Honecker cuando un vengativo tribunal occidental quiso humillarlo. La legión silenciosa de ciudadanos de la RDA que siguen defendiendo el sistema que conocieron.

La historia nos enseña que el tránsito hacia el socialismo es lento y tortuoso.